El Gobierno de coalición PSOE-UP ha confirmado la naturaleza de clase del Estado y cómo las instituciones solo pueden ser entendidas dentro de su contexto histórico. Es por esto que un Gobierno, en teoría, progresista y de izquierda, incluso llamado por algunos social-comunista, es un buen ejemplo para desenmascarar todas las falsas promesas y convencernos de una vez por todas de que otro camino lejos de las instituciones no sólo es posible para la gran mayoría trabajadora de este país, sino necesario.

Las mentiras de la izquierda descafeinada
Es por ello que hoy vamos a hablar de esa izquierda descafeinada que reivindica la existencia de las clases sociales con intereses «distintos» pero que a la hora de la práctica política olvidan que la existencia de esas clases sociales implica una lucha de intereses antagónicos. Hablamos de esa izquierda que clama a los cuatro vientos la existencia de una «casta» explotadora y parasitaria, la necesidad de «democratizar el Estado», de una «redistribución de la riqueza» y un largo etcétera de valores liberales que escapan del análisis de clase de la realidad. En definitiva, de la izquierda reformista, de la izquierda que utiliza de manera oportunista la existencia de la lucha de clases y del imperialismo para sus propios intereses partidistas alejados de cualquier intento real de transformar la realidad.
De esto último podemos convencernos sin irnos más lejos que a la sarta de promesas incumplidas por este Gobierno: Derogación de la reforma laboral del PP (o de sus partes «más lesivas»), pero no de las anteriores, obviando el proceso histórico de reducción de derechos y de precarización iniciado desde las primeras legislaciones laborales del régimen del 78. Derogación de la ley mordaza, «poner firmes a las eléctricas» para finalmente tener las mismas facturas desorbitadas y tener que soportar ver a Ignacio Sanchez Galán (Presidente de Iberdrola) tildar de tontos a los que se acogen a la tarifa regulada.
Entre otras muchas, tenemos la «regulación de alquileres», medida que se presentó como un alivio para la clase trabajadora y terminó siendo papel mojado para esta (pues la aplicación de esta ley queda a elección de las comunidades autónomas, por no entrar a valorar el estrecho y ambiguo margen de actuación). Sin embargo, la otra cara de esta «regulación de los alquileres» es todavía más cristalina si estamos buscando a quién beneficia en última instancia esta «medida»: las deducciones fiscales para propietarios pueden llegar a ser de hasta el 90% rebajando el precio del alquiler un 10%. En resumen, regalo de dinero público al sector rentista y especulador a cambio de prácticamente nada.
Casualmente, todas estas reformas, beneficiaban a la clase trabajadora en detrimento de la clase burguesa o por lo menos así fueron presentadas. Finalmente, al volver a la realidad nos convencemos una vez más de que se trataba de la práctica política reformista de toda la vida.
La importancia de la práctica revolucionaria
Y en este lugar es donde llegamos al punto principal de la contradicción que sufren todas estas organizaciones y partidos oportunistas y que Lenin ya señaló hace un siglo: «no existe teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria».
¿Cuál es la utilidad de afirmar la existencia de las clases sociales, así como la lucha que se desarrolla entre éstas, si esto no se refleja en la práctica? ¿De qué sirve plantear una subida de impuestos «a las grandes fortunas» si más tarde ese dinero público se va en financiar becas para colegios privados a familias pudientes, mientras se recorta en toda la Educación Pública (tal y como está ocurriendo, por ejemplo, en la comunidad de Madrid)? ¿De qué sirve esta afirmación si finalmente no se materializa en los hechos, si finalmente esa supuesta «subida de impuestos a las grandes fortunas» supondría únicamente una quinta parte de lo que se va a recaudar a través de la subida del IVA a los productos azucarados, subida que afecta directamente a las personas más vulnerables? ¿De qué sirve que el Estado obtenga más fondos si estos fondos no son dedicados a mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora? ¿De qué sirve hablar de la supuesta necesidad de depurar las estructuras del Estado, el ejército, las fuerzas y cuerpos de seguridad, si se omite que todas estas estructuras, así como el Estado mismo, sirven a los intereses de la clase dominante, en este caso, a la burguesía? ¿A quién sirve una reforma (o Contrarreforma) laboral que apuntala la precariedad, con jornadas o paupérrimas o extenuantes por un sueldo de miseria, haciéndose necesario tener varios trabajos para llegar a fin de mes?
La respuesta a todas estas preguntas (y a todas sus equivalentes) se deriva del papel histórico que cumple la izquierda reformista, que no es otro que desviar el foco de atención del problema real, de su raíz: el ya caduco modelo productivo capitalista.
Porque la izquierda reformista nunca ha pretendido ni nunca pretenderá alcanzar un cambio revolucionario de la realidad. A lo que aspira la izquierda reformista es a ser un gestor más del capitalismo en decadencia: el gestor de cara amable para con la clase obrera, pero mero gestor al fin y al cabo.
Es por este papel histórico que esta izquierda reformista (domesticada, tal y como la definía cierto rapero en prisión encerrado por el Gobierno más progresista de la historia) siempre pone el foco en cuestiones individuales, siempre obvia el problema estructural, blanqueando las instituciones opresoras burguesas de todo tipo (desde la Casa Real hasta la Audiencia Nacional), mientras vende el falso mensaje de que de ser ellos los que gestionasen estas instituciones todos los problemas y contradicciones quedarían resueltas.
A la experiencia de estos últimos años nos remitimos para comprobar que esto no es así.
Conclusión
En resumen, la existencia de las clases sociales es innegable para alguien que pretenda ser honesto. Los intereses de la clase burguesa dominante son irreconciliables con los intereses de la clase obrera oprimida. De nada sirve señalar la corrupción del PP si se obvia el hecho de que la corrupción es inherente a las estructuras de dominación capitalistas, así como al capitalismo mismo.
De nada sirve aspirar a «controlar y gobernar» el Estado español si se obvia interesadamente que el Estado no es más que el Comité de Administración de los negocios de la burguesía imperialista española, si no se aspira a la propia destrucción de éste. De nada sirve llevar a cabo una práctica política si obvias los intereses de clase irreconciliables existentes y no tomas partido de manera decidida y hasta las últimas consecuencias por los intereses de la clase obrera.
No, vecinas y vecinos, de nada sirven parches para un sistema económico que hace aguas por todas partes y que se fundamenta en la explotación del hombre por el hombre para la obtención del máximo beneficio. Cesemos en el empeño de creer que votarles es la solución a nuestros problemas y pasemos a organizarnos y educarnos de manera revolucionaria, a hacernos amas y señores del proceso revolucionario que históricamente estamos llamadas a acometer.