A menudo, las explicaciones de la desigualdad entre hombres y mujeres en el trabajo doméstico atienden sólo a la educación y a la cultura. En su lugar, nosotras defendemos que el reparto igualitario del trabajo doméstico está limitado por características del modo de producción capitalista, y que no se puede abordar la desigualdad de forma eficaz sin entenderlas.

Cuando se intenta encontrar los motivos del reparto desigual del trabajo doméstico entre hombres y mujeres, es común caer en explicaciones subjetivistas: se considera que es principalmente la conciencia de los individuos de uno y otro grupo lo que sostiene la desigualdad (las actitudes machistas de los hombres, el rol de cuidadoras asumido por las mujeres…) y, en última instancia, se sitúa sus causas en aquello que suponemos que es lo que forja nuestra personalidad: la educación que hemos recibido. La solución al problema, entonces, pasaría por crear nuevos modelos de comportamiento, nuevos currículos educativos en las escuelas, etc.
El error de estas explicaciones reside en que suelen obviar cómo el conjunto de las relaciones sociales determina la conciencia, o dicho de otra forma, que es mucho más cierto decir que “pensamos acorde a como vivimos” que decir que “vivimos acorde a como pensamos”. Desde estas perspectivas, la solución de los problemas relacionados con el género consistiría en combatir un sistema de valores que hemos heredado y que se perpetúa en el tiempo, y que es relativamente independiente del modo de producción1.
Pero, cuando consideramos el reparto desigual del trabajo doméstico, debemos reconocer que las diferencias en personalidad, responsabilidad o expectativas que existen entre hombres y mujeres, siendo cruciales, son sólo una parte del problema. Sin situar el trabajo doméstico en el modo de producción capitalista, no entenderemos las causas de la desigualdad (y, por tanto, no podremos acabar con ella).
El trabajo doméstico y el trabajo asalariado
Según la última Encuesta de Empleo del Tiempo, en el Estado español las mujeres dedican en promedio el doble de tiempo al trabajo doméstico que los hombres2. No es posible entender esta diferencia sin relacionar el trabajo doméstico con el trabajo asalariado.
El salario garantiza que el proletariado reproduzca sus condiciones de vida, como parte de la reproducción social (es decir, de la reproducción de la sociedad capitalista). Por lo tanto, los salarios oscilan en torno al valor de la fuerza de trabajo, que en resumidas cuentas es el valor de los recursos que un trabajador necesita para reponerse de cara a trabajar al día siguiente. Pero no basta con adquirir un conjunto de mercancías para garantizar la reproducción social: en general, deben ser transformadas mediante trabajo adicional (cocinar los alimentos, limpiar y mantener la vivienda, etc.).
Esta transformación de las mercancías adquiridas con el salario en los valores de uso necesarios para garantizar la reproducción social ocurre principalmente en los hogares3, y bajo unas relaciones sociales que son distintas a las que rigen el trabajo asalariado. Son los miembros del hogar quienes deciden y organizan este trabajo, que es lo que conocemos como trabajo doméstico, y que por regla general manifiesta sustanciales desigualdades entre hombres y mujeres.
Debemos entender que la capacidad de decisión de los hogares sobre este reparto está limitada por condiciones sociales que les trascienden, y estas condiciones contribuyen a reproducir la desigualdad (y, a su vez, determinadas conciencias que la mantienen). Aquí, la devaluación del trabajo feminizado juega un papel fundamental.
La devaluación del trabajo feminizado
Tomemos como ejemplo la incorporación de las mujeres al mercado laboral en el Estado español. La fuerza de trabajo de las mujeres que se introduce crecientemente en el mercado laboral a finales del siglo XX lo hace devaluada. Durante el franquismo, se aprobaron subsidios para el cabeza de familia en función de si estaba casado y de su número de hijos, como fue el caso del llamado «Plus de cargas familiares». Estos subsidios los recibía exclusivamente el marido, salvo circunstancias excepcionales, y perdía la prestación por matrimonio si su mujer trabajaba4. Como consecuencia, la tasa de actividad de las mujeres casadas no llegó al 10% entre 1950 y 1970, mientras que la de las mujeres solteras osciló entre el 27% y el 45%5.
Estas medidas intentaban promover un modelo de familia y una conciencia social determinados, y para ello consiguieron que fuese más favorable para la familia que sólo trabajase el marido. De este modo, las mujeres ocupaban puestos con menor remuneración, principalmente cuando eran jóvenes, o se dedicaban a la economía informal.
El intento de introducir este «salario familiar masculino» fracasó. La creciente devaluación de la fuerza de trabajo en general incentivó una mayor incorporación de las mujeres proletarias al trabajo asalariado para complementar el salario del marido (lo que, por otro lado, mejoró su situación social, por la autonomía y derechos que están ligados a tener un empleo). Así, la tasa de actividad femenina (es decir, el porcentaje de mujeres que tienen un empleo o están en paro buscando uno) ha pasado de situarse en torno al 30% en 19776 a llegar al 54% entre 2012 y 2023 (mientras que la de los hombres se ha mantenido en torno al 65% desde 2002)7. En el 40% de los hogares donde convive una pareja formada por un hombre y una mujer ambos trabajan, mientras que en un 16% trabaja sólo el hombre8.
Pero la fuerza de trabajo de las mujeres sigue devaluada: En 2020, el sueldo promedio por hora de trabajo de los hombres fue de 16,9€, mientras que el de las mujeres fue de 15,2€9. ¿Cuáles son las causas de esto?
Existe, para empezar, la llamada segregación horizontal: Las mujeres tienen ocupaciones y participan en ramas de actividad donde los salarios en promedio son menores, como ciertas profesiones del sector servicios. También está la segregación vertical (las mujeres ocupan puestos con menos responsabilidad) y el tipo de jornada: sigue ocurriendo que las mujeres suelen ser quienes reducen su jornada ante las exigencias de la crianza o el cuidado de personas dependientes10.
En ambas causas se interrelacionan características propias del modo de producción capitalista con roles y expectativas que este modo de producción sostiene y promueve.
Sobre la segregación horizontal, debemos desgranar el problema más allá de la idea de “en esos oficios pagan menos porque los hacen mujeres”. Muchas de las profesiones que ocupan más las mujeres (restauración y servicios personales, sanidad, educación…) dependen más del capital variable (la fuerza de trabajo humana) que del capital fijo (la maquinaria), por lo que no son rentables sin una explotación de la fuerza de trabajo más intensa que en otros sectores de la producción. Además, las mujeres han tenido históricamente más dificultades para organizarse en lucha sindical, lo que afecta a sus condiciones de trabajo en el presente. ¿Por qué las mujeres ocupan principalmente esos sectores y no otros? Aquí se enmarañan causas y efectos, pero sin duda tienen importancia aspectos como la socialización diferenciada por género, la feminización histórica de ciertos trabajos o su compatibilidad con las responsabilidades en el hogar.
En cuanto a la segregación vertical y el tipo de jornada, los miembros de una familia tienen un margen limitado de decisión sobre quién reduce su jornada laboral cuando el trabajo doméstico se vuelve incompatible con ella. Esto, a su vez, refuerza los roles existentes, y tiene como resultado que las competencias necesarias para realizar estas tareas estén más premiadas (y, así, más presentes) en las mujeres a lo largo de su socialización. Desarrollaremos este punto a continuación, hablando de la importancia que tiene la apropiación individual del salario.
La apropiación individual del salario
Aunque el conjunto de salarios de un hogar constituye el «salario familiar», estos salarios se reciben individualmente. La consecuencia de esto es que un reparto equitativo del trabajo entre una persona especializada en el trabajo doméstico y otra en el asalariado no es un reparto neutral.
Si en una pareja heterosexual es la mujer quien trabaja menos horas y/o por menos sueldo, aunque exista una combinación igualitaria de la suma de trabajo asalariado y trabajo doméstico (por ejemplo, que ambos dediquen nueve horas diarias a la suma de ambos), el hombre, que dedica más tiempo al trabajo remunerado, tendrá una posición de ventaja: La apropiación individual del salario le da más capacidad para imponer su voluntad en la familia, y más autonomía en caso de que la pareja se separe11.
Por supuesto, una pareja puede esforzarse conscientemente en que los efectos de esa posición de ventaja no se manifiesten, pero no por ello deja de existir. Además, el control consciente del reparto del trabajo doméstico no es tan sencillo como parece. Al contrario que, por ejemplo, el trabajo asalariado en una industria, el trabajo doméstico tiene límites difusos con otras actividades, y en muchas fases de la crianza tiene más que ver con estar disponible que con dedicarse directamente a una tarea concreta. Por eso tiende a invisibilizarse: es difícil de medir, comparar y valorar en los mismos términos que el trabajo asalariado.
La devaluación de la fuerza de trabajo feminizada determina las relaciones de género en el hogar, y promueve comportamientos que afianzan la desigualdad. La desigualdad se sostiene sobre decisiones que pueden ser en apariencia igualitarias o responder a mero criterio económico (que quien menos cobra por hora sea quien reduzca su jornada laboral por la crianza, que el trabajo doméstico y el asalariado se repartan equitativamente aunque la proporción de horas dedicada a uno o a otro no sea la misma…). Estas decisiones están limitadas por las características del modo de producción capitalista, y sus consecuencias se manifiestan en la socialización de hombres y mujeres y en las jerarquías que aparecen en los hogares.
La socialización del trabajo doméstico
El reparto igualitario del trabajo doméstico pasa por sacarlo de las condiciones rudimentarias de los hogares e incorporarlo a la producción social, donde podrá ser valorado en los mismos términos que el resto del trabajo que contribuye a la reproducción de la sociedad, y además beneficiarse de los rendimientos crecientes de escala (es más eficiente la cocina de un comedor social que las cocinas aisladas de decenas de hogares).
¿Puede ocurrir esto en el modo de producción capitalista? En su constante expansión en busca de nuevos nichos de mercado, existen tendencias en el capitalismo que reducen la carga de trabajo doméstico a través de mercancías con ese fin. La comida precocinada o de fácil elaboración es un ejemplo de esto.
De hecho, la reducción de la brecha entre hombres y mujeres en la dedicación al trabajo doméstico, observada comparando las dos oleadas de la Encuesta de Empleo del Tiempo (2002-2003 y 2009-2010), se debe a que los hogares (y, en especial, las mujeres) le dedican menos tiempo en general. Por ejemplo, encontramos que el total de la población dedica diariamente a cocinar 16 minutos menos en promedio en 2009-2010 de los que dedicaba en 2002-2003.12
No obstante, no existe ningún incentivo en el modo de producción capitalista para que desaparezca la devaluación de la fuerza de trabajo de ciertos sectores del proletariado (en este caso, las mujeres proletarias) y, además, los únicos incentivos para «socializar» el trabajo doméstico a través del mercado se deben a búsquedas erráticas de plusganancia, que pueden ocurrir o no. Los avances que se puedan dar en el capitalismo nunca son universales, sino que se restringen a estratos sociales superiores.
Por tanto, no podemos abordar la desigualdad en el trabajo doméstico como si fuera la educación de forma aislada lo que la causa. La educación (o, mejor dicho, la socialización) ocurre inserta en el conjunto de las relaciones sociales, y el modo de producción impone limitaciones ineludibles. Sólo en el socialismo, gracias al control consciente de la producción social, será posible crear condiciones que garanticen una verdadera socialización del trabajo doméstico y, con ella, una situación más favorable para que el conjunto de las relaciones sociales (y aquí está también la educación) den lugar a nuevas conciencias.
1Sobre este tema: https://gedar.eus/es/arteka/osotasunaren-heresia
2Instituto Nacional de Estadística (2010). Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010. En un vistazo rápido, se observa que las mujeres dedican a las actividades bajo el epígrafe «Hogar y familia» una media de 4:07 horas, mientras que los hombres dedican una media de 1:54 horas.
3 Debemos tener en cuenta que el trabajo doméstico no es lo único que reproduce la fuerza de trabajo, y ni mucho menos es lo único que garantiza la reproducción social. Buena parte del sector servicios, como la sanidad o la educación, juegan un papel fundamental en ello.
4 García González, G. (2021). Trabajo, familia y previsión social en el primer franquismo: el plus de cargas familiares. IUSLabor. Revista d’anàlisi de Dret del Treball, (3), 206-241.
5 De Miguel, A. (1975). La feminización de la fuerza de trabajo. Revista Española de La Opinión Pública, (40/41), 31-51.
6 Lacuesta Gabarain, A. y Cuadrado Salinas, P. (2007). Evolución reciente de la tasa de actividad de la economía española y retos futuros. Boletín económico (Banco de España), diciembre 2007, 67-75.
7 Instituto Nacional de Estadística. Encuesta de Población Activa.
8 Instituto Nacional de Estadística. Encuesta de Población Activa, primer trimestre de 2023. En un 8% de estas parejas trabaja sólo la mujer, y en un 34% ninguno de los dos trabaja (no se han desglosado los datos por edad, por lo que en este porcentaje se incluyen buena parte de las parejas jubiladas).
9Instituto Nacional de Estadística. Encuesta Anual de Estructura Salarial.
10 El 22% de las mujeres ocupadas lo están a tiempo parcial, frente al 7% de los hombres. En torno al 50% de ambos grupos refieren que el motivo de ese tipo de jornada es que no encuentran un empleo a jornada completa, pero un 16% de las mujeres (frente a un 3% de los hombres), señalan como causa de su jornada parcial el cuidado de niños o personas dependientes.Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Encuesta de Población Activa, cuarto trimestre de 2022.
11A este último punto se le suma que sólo es más frecuente que las mujeres ocupen empleos con jornada parcial debido al tiempo comprometido por el cuidado de menores o personas dependientes, sino que forman hogares a solas con sus hijos en mayor medida que los hombres: el 81% de los adultos que viven sólo con sus hijos son mujeres (los llamados hogares monomarentales). Este tipo de hogares tienen la mayor tasa de riesgo de pobreza (del 39%, frente al 21% de la población general). Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Encuesta de Condiciones de Vida 2021.
12Moreno-Colom, S., Ajenjo Cosp, M., y Borrás Català, V. (2018). La masculinización del tiempo dedicado al trabajo doméstico rutinario. REIS: Revista española de investigaciones sociológicas, (163), 41-58.