Hoy hace un siglo y medio desde la declaración de la que se conoce como “la primera revolución del proletariado” y aunque parece mucho tiempo, la Comuna de París es más cercana a nuestra realidad de lo que podría pensarse. El 18 de marzo de 1871 los comuneros de París, liderados por las mujeres trabajadoras de París, se sublevaban contra la clase gobernante que les había llevado un asedio cruel y largo, y cuyas desastrosas consecuencias fueron, sobre todo y como siempre, para las capas populares.

La primera revolución del proletariado
Fue bajo el asedio del ejército invasor, el prusiano, que París fue escenario del acontecimiento que cambió la Historia, pero no fue aquí donde empezó a germinar el espíritu de la Comuna. Durante el Segundo Imperio francés la situación para los barrios obreros era de crisis: había una gran cantidad de despedidas por el colapso de la industria y el comercio, trabajadores que venían en masa desde las provincias a probar suerte en la capital, y una inflación disparatada con alquileres y víveres que sólo subían de precio, haciendo imposible sobrevivir con un solo sueldo.
Serían las mujeres obreras, de hecho, la principal fuerza de vanguardia de la Comuna.
Las mujeres obreras se llevaban, como siempre, la peor parte: entre 1847 y 1860 el empleo femenino pasó de ser el 42,7% de la fuerza de trabajo, sin contar el doméstico, y en 1860 bajó al 31%, con sueldos que eran la mitad que la de los hombros en trabajos equiparables. El número de mujeres que se vieron advocadas a ejercer la prostitución es altísima, y serían en parte estas mujeres y aquellas que se dedicaban a trabajar por su cuenta en otras profesiones, de hecho, la principal fuerza de vanguardia de la Comuna.
El escenario dado en 1870 se caracterizaba por un contexto de manifestaciones constantes en contra de los actos represivos del régimen de Bonaparte. El asesinato de un periodista llevó a 200.000 personas a manifestarse en las calles y resultó en varios días disturbios. La izquierda reformista se negaba a apoyar las huelgas. Es en julio de este año cuando Napoleón declara la guerra a Prusia, con el desastroso resultado del asedio de París.
En septiembre de 1870 el emperador capitula y el imperio francés cae. Se declara la Tercera República y se instituye un gobierno de defensa nacional, pero las peleas por conseguir el Poder político y el reformismo de los que lo ocupaban hizo que París se vendiera al mejor postor y, es entregada en enero de 1871, después de meses de un terrible asedio, hambre y enfermedades. Pero la Guardia Nacional, engrosada por obreros armados y el nuevo Comité Central se negaron a entregar las armas tras la capitulación.
El gobierno reformista, temiendo lo que esto podría provocar para sus intereses, manda al ejército a requisar los cañones que guardaba el Comité Central. Y allí se encuentran a las mujeres el 18 de marzo de 1871, preparadas para morir por proteger a los suyos. Los soldados se niegan a disparar al pueblo y confraternizan con él. Es este el arranque de la Comuna, con la burguesía y el ejército huyendo a Versalles, y la bandera roja ondeando en la torre de Hotel-de-Ville.

De la toma de poder a la caída de la comuna: qué pasó
Bien es sabido, sin embargo, que la historia no termina aquí: después de tomar el Poder hay que hacer la revolución, dos cosas que no son iguales y que a menudo no se consiguen. Es tarea difícil construir el Poder del pueblo. Fue así que el Comité Central se paralizó ante las grandes responsabilidades que tenían y esto permitió a la reacción escapar de París con sus armas tranquilamente. Incluso se respetaron los Bancos, a los que se pidieron préstamos.
Fue esta moderación la que caracterizó el desarrollo del nuevo Poder y fue, en gran parte, el motivo de su caída. Pero, a pesar de eso, no debemos olvidar qué hizo que se convirtiera en faro de inspiración para ciudades vecinas en su momento y para pueblos enteros que les siguieron en la lucha revolucionaria: los obreros y las obreras de París mostraron la disciplina de la clase obrera tomándose en serio la defensa de París y trabajando dedicadamente en sus puestos, como se puede leer en algunas de las crónicas que se escribieron en la época.
Pero no es suficiente la disciplina de los obreros sin una estrategia sólida y eso es lo que pasó en la Comuna de París: liderados mayormente por individualidades entregadas a la causa pero sin tácticas, la Comuna no puede resistir a los constantes bombardeos que llegan desde la burguesía en Versalles (con el total apoyo, curiosamente, de los prusianos). Las pugnas internas de la burguesía se pusieron en pausa cuando el proletariado izó su bandera.
En solo unos días comuneros y comuneras consiguen tomar medidas por las que hoy en día tenemos que seguir luchando.
Es así que el 21 de mayo las tropas burguesas entran en París y comienza la “semana sangrienta”, una semana de luchas heroicas en barricadas que, sin embargo, surgen espontáneamente. No existe una organización ahora tampoco y, una a una, las barricadas de las calles de París caen y las tropas reaccionarias fusilan a más de treinta mil comuneros y comuneras. La noche del 27 de mayo la Comuna cae definitivamente con una última batalla en el cementerio de Père-Lachaise. Es el fin de la primera revolución proletaria pero, también, es el comienzo de las revoluciones proletarias en nuestra historia.
Ayer y hoy, los paralelismos que no te esperas
La Comuna de París duró solo dos meses, pero en estos dos meses se prohibieron los desahucios, se abolió la prostitución ofreciendo nuevos trabajos a las prostitutas, los presos políticos se amnistiaron y se derogaron todos los delitos políticos y se ordenó la clausura de las casas de empeño. Se abolen deudas, se planifica que las fábricas y talleres se gestionen por cooperativas obreras, se fija el precio del pan y se decide usar las casas vacías para alojar a los que no tienen techo. Hay un salario máximo para los miembros de la Comuna y se impone la educación gratuita, laica, integral y universal.
En solo unos días comuneros y comuneras consiguen tomar medidas por las que hoy en día tenemos que seguir luchando. ¿Cómo es posible? Fue la primera vez que se vio, pero no la única. En todas las revoluciones obreras de la historia se puede observar que aquello que cuesta tanto bajo el capitalismo, en estas democracias burguesas en las que vivimos, es muy sencillo y rápido cuando es el pueblo quien está en el Poder. Son, de hecho, los únicos momentos en la historia en que se ve que el trabajo, el pan y el techo se garantizan a la gente por ley y por acto.
La historia, a diferencia del dicho que conocemos, no se repite. Pero sí es cierto que es de la historia de la que podemos aprender para no cometer los errores pasados. La Comuna de París fue un ejemplo del poder del pueblo, y también de que es sólo rompiendo con la sociedad de clases del todo que el cambio es posible. Pero aprendimos más aún: aprendimos que es sólo cuando hay organización que el poder que el pueblo puede tomar derramando su sangre puede mantenerse.
Hoy, 150 años después, la Comuna parece más vigente que nunca. Es hoy cuando vemos que seguimos pasando hambre, frío y sufriendo por el ritmo de una sociedad que no está hecha para los trabajadores, sino para los propietarios. Es ahora que debemos recordar estas lecciones que los comuneros y las comuneras nos enseñaron, y fijarnos en su legado para emprender el camino a los cambios que nosotros y nosotras, el pueblo, nos merecemos.