El pasado 26 de mayo tuvo lugar en el Centro Obrero y Popular Antonio Gades (Vallekas) el debate “La lucha política de la clase obrera en la actualidad”. En este encuentro, las organizaciones políticas y sindicales firmantes conversaron sobre ellos. Nuestro redactor R. Tejada participó en el debate y recoge en este artículo sus consideraciones respecto a los distintos bloques. Podéis además encontrar la crónica como hilo en nuestra cuenta de twitter: @lineasur_prensa
Introducción
La política sindicalista frente a la política comunista
Al plantearnos el rol de la clase obrera en la lucha política contemporánea, es fundamental clarificar que la lucha política de los trabajadores, si se centra en la mejora de las condiciones económicas inmediatas, no es en sí misma un factor revolucionario. Sólo cuando dicha lucha se orienta y se lleva a cabo dentro de un marco conscientemente revolucionario adquiere un potencial transformativo y radical. Dicho de otra forma, se contrapone la política sindicalista, que busca cambios concretos y de corto plazo, frente a la política comunista, que se enfoca en la superación histórica de las formas capitalistas.
La tentación de separar estos dos componentes, con la suposición de que el primero mágicamente derivará en el segundo, encarna la esencia política del reformismo. Esta visión se encapsula en el dicho de Eduard Bernstein, uno de los principales representantes del revisionismo en el marxismo, que afirmaba que “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo”. Para los reformistas, la revolución llegará por sí misma, sin una ruta clara ni un entendimiento de cómo se producirá; la prioridad aparente es simplemente seguir luchando por mejoras incrementales, como el aumento de salarios, un Estado del Bienestar más fuerte, etc.
Es esta precisamente la mentalidad que vamos a poner en cuestión en este análisis. Revisaremos el estado actual de la lucha política, expondremos las limitaciones inherentes al reformismo y propondremos un camino hacia una fuerza política constituída en torno a los intereses reales de la clase obrera al completo.
La experiencia política del reformismo
En este momento no existe una lucha política propia de la clase obrera, puesto que las masas proletarias se reparten entre la abstención pasiva y el seguidismo de una u otra facción de la burguesía. Toda la lucha política con peso en la realidad defiende los intereses del capital, sea en forma de monopolios internacionales o de comercio hostelero local. No existe una fuerza política de magnitud significativa que no se adhiera a un programa político definido en estos términos.
La campaña electoral de las pasadas elecciones a la Comunidad Autónoma de Madrid nos muestra un claro ejemplo de esta dinámica. El PSOE se mostró unilateralmente a merced del proyecto imperialista marcadamente europeo (El Lobato vestido de chivo expiatorio hizo no pocas referencias a la necesidad de que Madrid gane, proverbialmente hablando, la Champions), mientras que PP y Vox defiende una postura más nacionalista maquillada de populismo retóricamente obrero. Más Madrid compagina ofrecer mano de obra barata de jóvenes profesionales cualificados madrileños para atraer inversión extranjera, por un lado, y un discurso por los derechos civiles que ninguna otra formación presente hizo por disputarle, por el otro. Finalmente, una Alejandra Jacinto incapaz de capitalizar sobre su etapa como activista del movimiento de vivienda haría un bochornoso intento de arrebatarle la hostelería a Ayuso mediante la propuesta de crear una suerte de “JustEat público” para que los madrileños de bien puedan disfrutar de la hostelería local en pijama.
A pesar de la existencia de líneas políticas que no son burguesas, estas no están fusionadas con las masas en un grado significativo. Las masas, esas fuerzas que se extienden más allá del núcleo militante, no reconocen ninguna de estas líneas políticas como propia. Nos hallamos en un escenario de masas sin vanguardia y autoproclamadas “vanguardias” sin masas.
La solución a esta problemática, lo que algunas organizaciones denominamos la reconstitución del Partido Comunista, es un paso ineludible para erigir al proletariado como una fuerza propia, independiente y autoconsciente, que deje de ser un mero instrumento de confrontación para una u otra facción burguesa, y defienda finalmente sus propios intereses.
El estado actual de la lucha de clases, con los obreros siguiendo la corriente reformista, se encuentra habilitado por un sustrato material: los superbeneficios imperialistas resultantes de la penetración de los monopolios españoles en la periferia global. Son estas ganancias extraordinarias las que permiten, en los momentos de bonanza, cierta mejora de las condiciones de vida de una cantidad considerable de los trabajadores del centro imperialista. La canalización política e ideológica de esta lucha por mejoras en las condiciones de vida, siempre dentro de los límites estrictos del capital, es la esencia de la socialdemocracia.
La socialdemocracia posee una gran fuerza y los medios para ofrecer algo tangible, aunque sea simplemente no haciendo (o suavizando) lo que haría “la derecha”. Nosotros, como comunistas, apenas podemos ofrecer más que el reducido grupo de militantes que somos. Un puñado de manos. Nos lo agradecen, sin duda, pero nada les da a entender que de nuestra abnegación se derive la capacidad de armar un liderazgo revolucionario. Debido a nuestra debilidad, esto no es suficiente. Necesitamos fortalecernos.
Para recuperar la credibilidad a ojos de la clase obrera y exponer al reformismo, es fundamental que entendamos, estudiemos y analicemos la segmentación de las clases sociales en España después de la reconfiguración de la división internacional del trabajo en la década de los 80. Con demasiada frecuencia, estas observaciones se ven atrapadas en la nostalgia, pasiva y silenciosamente reaccionaria, por épocas en las que bastaba con darle una patada a una piedra para que se manifestasen 100.000 obreros de mono azul. Pero la realidad es que, si las condiciones cambian, la lucha también debe cambiar. Los principios son innegociables, pero la táctica es sumamente flexible. Es momento de preguntarnos, ¿ha comprendido el Movimiento Comunista del Estado español (MCEe) estos cambios?
La crisis del sistema de dominación
En la intersección entre la coyuntura política y el autodesarrollo económico, emerge la crisis del sistema de dominación, situándose en una coyuntura especialmente particular, no tanto por las crisis económicas, sino por la conformación de un nuevo polo político, en el que se incluyen los BRICS y su posible ampliación.
Es vital comprender que las crisis económicas, componente esencial de la dinámica interna del capitalismo, tienden a reforzar el sistema en su totalidad tras una breve debilidad momentánea, favoreciendo la concentración y expansión de los monopolios y el perfeccionamiento de las herramientas represivas. La crisis económica, recurrente e inevitable, no desemboca necesariamente en una crisis política.
Un ejemplo claro y reciente se encuentra en la crisis financiera de 2008. A pesar de movimientos como el 15M en España y Occupy Wall Street en Estados Unidos, surgidos a raíz de dicha crisis, no se observó una crisis política del sistema en sí. Aunque ciertamente el panorama parlamentario ha sufrido transformaciones, transitando de un sistema bipartidista a un espectáculo político multicolor, ninguna de estas reconfiguraciones post-crisis ha supuesto un desafío a la legitimidad del sistema de dominación. Lo que ha cambiado, en esencia, es la distribución de los programas burgueses.
No obstante, nos encontramos en un momento de crisis significativamente distinto al de la típica crisis económica general. En el presente, estamos presenciando un conflicto político que puede alterar nuevamente la división internacional del trabajo, elemento clave en la actual lucha de clases. Los BRICS, contemplando su expansión, podrían conformar un bloque territorial que abarque la inmensa mayoría de la mano de obra y materias primas del planeta parapetada tras un arsenal nuclear. Occidente no sería Occidente si el Sur Global no necesitase dejarse explotar. Y la OTAN no va a dejarlos ir sin, como mínimo, amenazar con la tercera guerra mundial.
Sin embargo, los comunistas occidentales nos encontramos en una posición pasiva a nivel estratégico. En nuestro actual estado de indefensión, carecemos de la capacidad de influir en el curso de los acontecimientos. Estamos relegados a observar, opinar y publicar comunicados cuyo público excede marginalmente el estricto músculo militante. Nuestra capacidad de acción es nula. Hasta que logremos resolver esta situación, superando los problemas internos que debilitan al MCEe, especialmente la dispersión organizativa e ideológica, seguirán relegándonos al papel de meros espectadores.
La crisis, si no estamos en condiciones de aprovecharla, sólo resulta en sufrimiento. Y la realidad, a día de hoy, es que no lo estamos.
La inviabilidad del capitalismo y la necesidad del socialismo.
El capitalismo, a lo largo de los siglos, ha demostrado una tenacidad y capacidad de adaptación notables, transformándose y reinventándose en diversas formas para mantener intacta la esencia explotadora del trabajo asalariado. Consideremos, por ejemplo, cuán engañosas pueden resultar algunas de las reflexiones de Lenin, que describía al imperialismo temprano como la era de un capital completamente maduro, estancado y en descomposición. No obstante, el capitalismo ha sabido actualizarse, reformarse y cambiar ciertas formas sin alterar su núcleo de explotación. El alcance del capitalismo es tal que incluso en China, a pesar de la continuidad política entre la victoria en la guerra civil de los comunistas y el presente, encontramos una explotación superlativa del proletariado doméstico en beneficio de potencias capitalistas extranjeras.
El capital, en su infatigable búsqueda de beneficios, es capaz de reinventarse y renovarse indefinidamente, cueste lo que cueste, mientras las formas sociales que permiten la explotación del trabajo ajeno (y las condiciones que las posibilitan) no sean erradicadas por la fuerza. La estabilidad política aparente del sistema de dominación es tal que podría argumentarse que un holocausto global nuclear parece un devenir histórico más plausible que el socialismo.
¿En qué sentido sería el capitalismo inviable? Uno podría argumentar que el capitalismo es, de hecho, perfectamente viable, puesto que se ha mantenido en el poder de forma asfixiante durante varios siglos y, como ya explicamos, no hay autodesarrollo que vaya a impedirle continuar. Sí, en el proceso de autodesarrollarse también “engendra a sus sepultureros”, pero con el trabajo que exprime de éstos también arma y organiza ejércitos enteros dispuestos para mantener a esos sepultureros a raya. También tiene una vía excelente -la democracia parlamentaria y libre– para que la socialdemocracia encauce todas las reivindicaciones obreras plausiblemente asumibles (de acuerdo con un marco cultural que ellos mismo controlan por completo). A estas alturas de la historia de la lucha de clases, la burguesía sabe perfectamente el peligro que el proletariado en armas supone. Y ha perfeccionado la combinación de palo y zanahoria, obteniendo una notable ausencia de actividad revolucionaria como resultado. Ejecuta a los líderes revolucionarios, soborna a los apoyos más moderados, y disciplina a los trabajadores que necesita para seguir valorizándose.
La permanente vigencia del socialismo radica en su capacidad para resolver la contradicción inherente al capitalismo: un modo de producción social frente a un modo de apropiación privado. Pero que sea necesario no implica que sea inevitable. La humanidad no tiene la garantía de conseguirlo. En cambio, es preciso hacer que ocurra, para que la humanidad pueda abandonar la prehistoria clasista en la que aún se halla inmersa.
Por ello, es fundamental resaltar la importancia del elemento consciente. Sólo una organización política revolucionaria fuerte y dispuesta puede aprovechar los momentos de crisis para darle el golpe mortal a un capitalismo “permanentemente moribundo”. Es imperativo superar las limitaciones del MCEe y unir a las masas en la lucha final. No es creíble que aspiremos a unir a las masas en la lucha final si entre nosotros mantenemos decenas de organizaciones sin conexión orgánica alguna; no es creíble, y las masas no son estúpidas. Se dan cuenta de esto.
Conclusiones
La discusión que hemos mantenido a lo largo de este artículo pone de manifiesto una postura clara. La reconstitución del partido, una organización unificada de la vanguardia y la cohesión ideológica de todos los elementos que lo conforman, son las condiciones imprescindibles para nuestra lucha. Estas se revelan como los elementos cruciales no sólo para fortalecer nuestra presencia, sino también para tener algo significativo que ofrecer a las masas.
Sin embargo, la tarea no se ciñe a la unidad de los comunistas. La fusión de los comunistas con el proletariado en un movimiento revolucionario es, a su vez, la única forma de verificar que el programa revolucionario se corresponde con las necesidades del proletariado. El Partido existe como tal si y sólo si el proletariado más avanzado lo reconoce como tal. La verdadera revolución no puede ser dictada desde una torre de marfil; por el contrario, tiene que nacer y crecer desde las profundidades de la clase trabajadora, siendo informada por sus luchas y alimentada por sus aspiraciones.
En este sentido, nuestro papel es doble. Por un lado, necesitamos fortalecer nuestra organización y nuestra cohesión ideológica para poder ofrecer una alternativa al actual sistema de dominación capitalista. Por otro lado, necesitamos trabajar incansablemente para conectar con las masas, para entender sus necesidades y aspiraciones, y para convertirnos en un reflejo de su lucha. Ninguno de estos dos elementos puede dejarse caer sin perder por completo la capacidad para entender y transformar la realidad.
Sólo entonces, cuando hayamos cumplido estas condiciones, estaremos realmente preparados para llevar a cabo la tarea histórica que tenemos por delante: la superación de la última de las sociedades de clase, el Capitalismo, y todas sus formas.